Saca tarjeta roja

lunes, 3 de septiembre de 2012

Entrevista a Nieves Castro


Un infierno, esto es lo que ha vivido Nieves durante 20 años. Separada, conoció a su peor pesadilla durante el verano de 1990, se enamoró y tuvo una hija a los dos años, ¿quién iba a imaginar lo que iba a suceder? Esta Granadina de nacimiento, residente en Cornellá, nos cuenta su historia sobre cómo le ha afectado a ella y a su hija la convivencia durante tanto tiempo con un maltratador.

En primer lugar, sitúanos un poco en los inicios de la relación. ¿Cómo le conociste? ¿Cómo empezó vuestra relación?
Yo hacía ya 4 años que me había separado de mi primer marido, y después de una mala separación y problemas de salud, volví a tener una vida más o menos normal. Me apunté a una asociación de separados de Barcelona, situada aún hoy en día en el Paralelo, y comencé de nuevo a tener amigos y a salir. Allí hice cursos de pintura, baile y formamos un grupo de amigos con el que viví una de las mejores épocas de mi vida. Pablo, mi expareja, se apuntó y entabló relación con nuestro grupo muy rápidamente. Nos conocimos en Junio, y entre unas cosas y otras, comenzamos nuestra relación en Septiembre. Fue algo un poco inesperado, demasiado rápido ahora que lo miro con perspectiva, pero en sus inicios la verdad es que todo iba muy bien.

¿Cuándo comenzaron los problemas?
La verdad es que en los primeros años de relación las cosas iban bien. Teníamos problemas, como todas las parejas, pero nada fuera de lo común. Dos años después, tuvimos una hija, muy buscada por ambos, y en los primeros años de su infancia fue hasta cierto punto una buena pareja y un buen padre. Creo que todo empezó a cambiar cuando llevábamos cinco o seis años de relación, aunque fue muy paulatinamente.

¿Qué situaciones o qué hechos destacarías en este cambio?
Pablo siempre había tenido ciertas cosas que no me gustaban, pero creo que como todo el mundo. Era una persona muy perfeccionista, todo tenía que estar a su gusto, todo había que preguntárselo y cualquier nimiedad debía tener su visto bueno. Esto propiciaba que muchas veces, se enfadara por cosas cada vez más insignificantes e hiciera una montaña de una gota de agua. Por ejemplo, muchas veces creaba una gran discusión por una frase irónica o por algo en lo que no estuviéramos de acuerdo; traía a coalición mil cosas que le habían molestado sin tener ninguna relación y siempre acababa por faltarme al respeto o por insultarme gravemente.

¿En qué momento la situación se volvió insostenible?
Ahora que lo veo desde fuera, con otro ángulo, creo que la convivencia se volvió imposible el año en que nos casamos, es decir, a los doce años de relación. Las peleas entonces eran continuas, nada estaba a su gusto, todo eran quejas, insultos, humillaciones… y no sólo conmigo, sino también con nuestra hija. Tuve que renunciar a mis hobbys, a las amistades e incluso muchas veces a la familia porque “no se enfadara”, pero nunca cambió. Intenté en más de una ocasión ponerle remedio con terapia, porque necesitábamos ayuda profesional, pero él nunca quiso y las cosas con el tiempo fueron a peor.

¿En algún momento dijiste basta?
La verdad es que no, y realmente debería haberlo hecho. Recuerdo amargamente a mi hija de 8 años pidiéndome que me separara, y recuerdo lo dura que fui con ella al decirle claramente que eso no sucedería. Sus ojos se bañaron en lágrimas y se quedó nerviosa, intranquila. ¿Qué niña de 8 años quiere que sus padres se separen? Supongo que en ese momento aún tenía esperanzas en nosotros, creía de alguna manera que él podía cambiar y que las cosas mejorarían, pero no fue así.

¿Qué es lo más duro que recuerdas en estos 20 años de relación?
La verdad es que me ha dicho cosas realmente duras. Siempre me humillaba a e insultaba, en cada ocasión que tenía, a cada momento, sin importar el lugar o la situación. Me ha deseado la muerte muchas veces y me ha llamado cosas que no vale la pena ni repetir, pero tengo claro que es lo que más me ha dolido. Lo más duro de estos 20 años, ha sido ver y permitir cómo humillaba, anulaba y hería una vez y otra a mi hija, diciéndole cosas que un padre jamás debería decirle a un hijo. Eso es algo que nunca voy a poder olvidar,  y que en parte, siempre llevaré conmigo porque yo he permitido que eso sucediera.

Tu hija, Alma, ¿cómo ha vivido esta situación?
La verdad es que ella siempre se ha mostrado fuerte, incluso impasible, pero lo ha pasado muy mal. Adoraba a su padre, era la niña de sus ojos, y con los años he visto de primera mano cómo iba distanciándose de él a base de lágrimas y sufrimiento. Por ejemplo, al cumplir 16 años Alma decidió que quería estudiar la carrera fuera de Cataluña y fue algo que me impactó mucho, ya que ella está muy unida a mí y a sus amigos. Todo tenía un por qué, y es que no quería seguir viviendo en la misma casa que su padre. Recuerdo perfectamente que dijo “Si tu eliges vivir tu vida con él, allá tú, es tu vida, pero yo no aguanto ni un minuto más. Si cuando acabe el bachiller él sigue aquí, me voy. No me importa dónde, pero me voy”. La verdad es que eso me dio un toque de realidad, y a partir de ahí, la situación acabó por romperse. Ahora vive lejos de aquí y apenas llama, aunque cuando lo hace sigue amargando a mi hija, que está en tratamiento psicológico debido a los problemas que esta situación le ha ocasionado.

Es una situación muy difícil, sin duda, que alguien que no la ha vivido no puede siquiera imaginar. Pero, a aquellas chicas/mujeres que viven en situaciones similares, ¿qué les dirías?
Les diría que sean fuertes y que digan basta. No esperéis  a que cambie, porque no lo hará. No permitáis que os hunda, ni que os humille u os anule. Sois personas y merecéis vivir una vida feliz. Separaos, acabad la relación. Sé mejor que nadie que es difícil, porque le quieres y confías en que las cosas se arreglen, pero no mejoran, no si no ponen de su parte. La primera vez será una pelea, pero la quinta ya serán insultos graves; y el día en que menos te lo esperes puede que incluso te levante la mano. No aguantes una vida de sufrimiento, no te lo mereces. Vive, por ti, y sobre todo por tus hijos. No cometáis el mismo error que yo.

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